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29 de julio de 2008

aliiivio

Los males cotidianos que nos afectan a los componentes de este mal llamado primer mundo ponen de manifiesto que aquello del estado de bienestar no ha dejado de ser puro empirismo.
Lo físico y lo mental, ese equilibrio del que deberíamos gozar se desquebraja.
Estamos repletos de dolores musculares y lesiones provocadas por las herramientas de trabajo, cada vez más tecnológicas, eso sí, muy tecnológicas, pero que no adaptamos para nuestro pobrecito cuerpo físico, nuestra mejor tecnología. Sufrimos la errónea tendencia de considerar la ergonomía una especie de lujo, una bobería para seres delicados. Pero es que nuestra fortaleza reside precisamente en nuestra delicadeza, fruto de nuestra propia sofisticación.
Y qué decir de la cantidad de malestares mentales, algunos más leves que otros pero no por ello menos perjudiciales. Nos inhabilitan emocionalmente para convertirnos en una especie de eslabón de las cadenas que conforman el sistema.
Nos necesitan. Y nos necesitan debilitados.
Creo, malpensando, que es por eso por lo que ni los fisioterapeutas ni los psicólogos están incluidos en nuestro sistema de la seguridad social.
Además, desafortunadamente hemos sido víctimas de un aprendizaje desnaturalizado que no hace sino acongojarnos incluso por acontecimientos que aún no han sucedido. Sin embargo no nos dota para aprovechar la capacidad que, existe, de regocijarnos previamente por eso mismo.
Así que para seguir las instrucciones que a continuación se detallan, nos someteremos, de forma sincronizada con las actuaciones a llevar a cabo, a un útil proceso de desaprendizaje.
Es sencillo. Como cuando eramos niños. Comenzemos.
Si te pica, te rascas. Y si como consecuencia de ello, luces un arañazo, presume. Nadie creerá que te lo hiciste rascándote, menos aún si te muerdes las uñas, así que...
Si vas muy deprisa, frenas. Prima el cómo llegas sobre el cuándo llegas. A donde sea o a lo que sea.
Si tienes hambre, comes, de a poquito. La gula no es comer, es cebarse. El placer disminuye. Y, además, cubrir tus necesidades por encima de las mismas sólo te convertirá en un adicto inconsciente.
Si te equivocas, pierde el miedo a hacerlo, rectificas. Si no es posible, asumes las reponsabilidades, a lo hecho pecho. Culpar al mundo está de moda, pero no se trata de ser un moderno de mierda.
Si te tocan los cojones, sonries. Y si te puedes permitir el lujo de no ser correcto, no lo hagas y llámales por su nombre (el propio no, el otro. En su defecto, puedes usar también adjetivos de los que califican). Desahoga lo suyo. Y lo tuyo eres tú.
Si tienes ganas de llorar, lloras. Si no lo haces, se te desatará el ombligo.
Si vas ligero, recuerda que nunca se va lo suficientemente ligero. Para soltar lastre siempre es un buen momento.
Si el trabajo no te renta, lo dejas. Él también lo haría por tí.
Si quieres llamarla, la llamas. Aunque sólo sea para escuchar su voz, no necesitas excusas. Pero no llegues al exceso, es importante comprender el lenguaje no verbal y respetar el tiempo y el espacio ajeno. No te conviertas en un pesado y, mucho menos, en un acosador (no es sano).
Si estás cansado, descansas. El mundo puede esperarte un ratito mientras tú tomas aire. El que necesites.
Si te duele, es que estás vivo. Además, ya pasará. Cura sanita la colita de la ranita esa.
Si te tienes que desviar, te desvias. Es verdad que el trayecto más corto entre dos puntos es la línea recta, pero no siempre es el más interesante.
Si no te hayas aquí, pues te pones allí. A ver qué tal. La cuestión espacial, insisto, sin ser determinante en muchos casos, no es una vanalidad.
Y así, poquito a poquito, despacito muy despacito, tratas los asuntos serios con ligereza y los leves con la mayor seriedad, tal y como sugirió alguien de ojos rasgados y mente lúcida.
Lo peor que te puede pasar es que te llamen raro, claro que si observas detenidamente a los que se consideran normales, y más si los tratas, llegarás a la conclusión de que dicha denominación es casi una bendición. Chimpón. Sólo tienes una vida, no te van a regalar otra.
Si quieres, lo intentas. Y si no quieres, ni lo intentes.

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